La Val d’Aran es mucho más que un destino de montaña. Es un valle que encierra historia, cultura, identidad y naturaleza indomable. Quienes tienen la suerte de vivirla —o de formarse en ella como ocurre en ETEVA— lo descubren pronto: no hay mejor aula que la propia montaña.
Desde las cimas visibles desde los pueblos hasta los picos que se elevan como centinelas en las fronteras, el territorio aranés moldea a quienes lo recorren. En este artículo queremos rendir homenaje a algunas de las montañas más emblemáticas del valle, aquellas que no solo destacan por su altura, sino también por su carácter.
Maladeta, el techo de los sueños
Aunque se sitúe fuera de los límites estrictos del valle, el macizo de la Maladeta está profundamente ligado al imaginario aranés. Con el Aneto (3.404 m) como punto culminante de los Pirineos, su perfil es visible desde muchos rincones de Aran y se convierte en una referencia constante para alpinistas y guías.
Su historia está cargada de exploraciones, desafíos y leyendas. Para muchos alumnos de ETEVA, es el primer gran sueño alpino. Observarla a lo lejos es suficiente para sentir una llamada a la superación, a la planificación técnica y al respeto por la alta montaña.
Montarto, el guardián del valle
Si hay una montaña que simboliza la identidad de la Val d’Aran, es el Montarto (2.833 m). Se alza imponente sobre el valle, visible desde Arties, Salardú o Baqueira, y su silueta acompaña a quienes viven y trabajan cerca de sus laderas.
Su ascensión combina desnivel, exigencia física y pasos técnicos, lo que la convierte en un escenario ideal para la práctica formativa. El Montarto es perfecto para experimentar ya que : ofrece variedad de terreno, visibilidad y retos.
Montarto representa esa mezcla entre belleza natural y exigencia formativa que define a ETEVA: montaña, reto, respeto.
Tuc de Mauberme, entre dos mundos
El Tuc de Mauberme es una de esas montañas que marcan un límite, literal y simbólico. Situado en la frontera entre Aran y Francia, se eleva como un mirador del Pirineo más salvaje. Su acceso, menos concurrido que el de otras cimas, es perfecto para quienes buscan una experiencia más introspectiva y menos transitada.
Desde su cima se domina un territorio donde conviven paisajes pastoriles, culturas conectadas y ecosistemas únicos. Es, también, una lección viva sobre los efectos del aislamiento, el clima y la historia humana en la montaña.
Explorar el Mauberme es trabajar la lectura del terreno, la toma de decisiones y el sentido de orientación en entornos cambiantes: tres pilares esenciales para cualquier técnico deportivo en formación.
Respeto, preparación y formación
Recorrer las montañas de la Val d’Aran no es solo una actividad física o deportiva: es un acto de compromiso. Estas cumbres nos enseñan a leer el entorno, interpretar señales, planificar, adaptarnos y actuar con responsabilidad.
Formarse en ETEVA significa hacerlo desde la vivencia directa en este tipo de paisajes. Cada salida es una oportunidad para poner en práctica no solo técnicas de guiado o progresión, sino también valores como la sostenibilidad, el respeto al medio y la seguridad grupal.
Porque quien se forma aquí no solo aprende a llegar a la cima: aprende a acompañar a otros, a decidir con criterio y a enseñar con conciencia.